Versos de Verano
2005
Allí estaba Carolina en su mecedora recostada,
exhibiendo lo más selecto de sus atributos, claro, tapada;
esperando su turno al baño para poderse el calor quitar,
puesto que en temperatura, Cartagena, al infierno quiere imitar.
Allí está la princesa de ébano, delineada por un escultor Hindú,
con sus rasgos finos, su semblante tenso, mágica como Kandú.
Aletea su brazo, atrayendo al viento con su abanico de fique,
ignorando que ese movimiento hace que el calor se intensifique;
observa sus senos húmedos por debajo de la toalla
y como si fueran un objeto extraño, los detalla.
Pasa sus manos por sus brazos, quitándose el sudor
y acerca la nariz a sus axilas, quizás buscando un mal olor.
Se estira, se encoge, se pone de lado y gira su cabeza
y al ver la puerta todavía cerrada, se levanta con destreza.
Una mano en la toalla, ligeros los pasos, un gesto de disgusto;
patea la puerta al tiempo que grita y dentro alguien brinca de susto.
Una promesa de salida calma los ánimos pero no el calor;
se escucha de pronto al interior del baño un grito de horror.
El susto de adentro, ahora es de afuera y surge un ¿por qué?
Con voz lastimera su hermana contesta: “El agua se fue”.
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