4 dic 2009

Musa, Brujo y Poeta.

Vivía el poeta
de sueños y amores,
de dulces palabras
que llenan el alma de paz.
Caminaba en la noche,
ungido de vino
al lado de su Musa, su Ideal.
Todo era risa, gotas que poco a poco
llenan la copa de la felicidad.
Amaba el poeta,
reía el poeta,
soñaba el poeta.

El Brujo,
gato negro de ojos amarillos,
soñaba también,
reía también
y su risa devoraba el silencio
de manera espantosa
y sus sueños le hacían nacer llagas en su frente.
Cuánto odio en él habitaba
y cuánto deseo y cuánto placer.

Brujo, Musa y Poeta
se encontraban una noche en el mismo lugar;
el Brujo buscando a quién embrujar
mientras Musa y Poeta,
embriagados de vino,
camuflados de noche,
ambientados por susurros,
susurros sólo entendibles por ellos mismos,
se profesaban, como si no lo supieran,
sus pasiones y sus amores.
El universo les rodeaba ¿y eso qué?
ellos dos eran universo,
inmutable e intocable.

Pero el Brujo de los ojos amarillos
logró filtrarse e introducir su magia,
su embrujo que en un instante
arrastro tras si
la mirada de aquellos ojos tiernos y húmedos,
quizás por el vino, quizás por la brisa,
quizás era el amor quien los mantenía así.

El Poeta perdió el equilibrio
mientras intentaba agarrar con su mirada
la mirada de la Musa.
Y su cordura, quizás por el efecto del vino,
también perdió el equilibrio
y olvidó el Poeta que sus mejores armas
son la palabra firme que avasalla el alma y los corazones
y se lanzó a la lucha contra el Brujo
pero como un guerrero
con espada y con fierro.

Pero qué sabe un poeta de guerras
y de luchas sangrientas
sino de aquellas luchas internas
con la soledad que tortura,
con la ansiedad que ahoga,
con el ideal que al perseguirlo
a veces desilusiona;
con el desamor, con el hastío,
con la tristeza, con la intolerancia,
consigo mismo y contra su propia poesía.

Y el Brujo uso su magia para volverse invencible
y sus puños se endurecieron como roca
y su cuerpo se volvió muralla
y el Poeta al golpearle
hirióse a si mismo
y entre más atacaba,
más corría la sangre, su sangre
y como ya no era poeta
sino fiero guerrero
luchó hasta que ya no pudo más.
Y allí arrastrado, humillado,
en lo más profundo de su miserableza
se acordó de sus prosas y sus rimas,
de la palabra firme que avasalla el alma y los corazones.

Puesto en pie
llegó hasta donde estaban
Musa embrujada y Brujo orgulloso
y profirió estas palabras:

Que he de ser triste, yo lo sé.
Sé muy bien que la angustia
de saber que estoy vivo
me seguirá hasta que exhale
mi último suspiro.
Sé muy bien que el dolor
que otros sienten lo hago mío
y eso arranca carcajadas
al señor de este mundo;
que sufrir es un talento,
una dádiva del cielo
y al igual que mi alma
jamás perecerá.

Que la pena que llevo
encallada en el alma
fue madre y amiga
y en tiempos venideros
esposa e hija será.
Que el aura que me cubre
es grueso manto negro
que ni el rayo de mil soles
jamás traspasará.

Que mi vida es muy corta
por el mal que me sella
y a pesar que es muy poco
lo que me queda ya,
no logro disfrutarlo
sino es al lado de ella
mi Musa, mi Princesa,
mi Diosa y mi Ideal.
Sé que el amor es sufrido
pero también es benigno
y esta benevolencia no proviene
de la bondad de los hombres
sino de la misericordia del Eterno.

Y en su nombre,
en el nombre del amor,
de la felicidad, de la paz,
de lo puro, de lo justo,
de lo maravilloso, de lo magnífico.

En el nombre de las estrellas,
de la luna, de las auroras boreales,
de los atardeceres y los amaneceres,
de las montañas y los mares,
de las flores y las mariposas.

En el nombre de las melodías,
románticas o violentas,
que alegran o entristecen el alma,
de un susurro, de un suspiro,
de una mirada que admira,
de una caricia que sonroja,
de un beso que estremece,
de esas palabras
que avasallan el alma y los corazones...

Yo te conjuro
¡Oh Brujo!
a que la dejes libre
y te perdono.


El cuerpo del brujo tembló
y un calor sofocante se apoderó de él.
La Musa se alejó
y sujetó la mano extendida del Poeta.
Al hacerlo el encanto desapareció
y el Brujo tomo figura de gato
y se alejó calle arriba
con dirección a la playa
pero los perros callejeros y hambrientos,
al no encontrar restos en la basura
cuando le vieron, fueron tras él
y a mitad de cuadra le dieron alcance
y sus partes la echaron a suerte.
La sangre chorreaba
manchando sus fauces,
tiñendo la calle.

Un aullido al final de la cena
se confundió con el canto
que entonaba el Poeta
mientras caminaba
junto a su Musa enamorada.

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